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sábado, 7 de enero de 2012

Del amor y los dioses


Sincérate conmigo bella Afrodita.
Sincérate conmigo sabia Atenea.
Sincérate conmigo aguerrido Ares.
Sincérate conmigo temido Zeus.

Díganme si alguna vez se enamoraron,
díganme si es cierto aquello que se ha rumorado.
Díganme dioses si han amado,
díganme como lo ocultaron.

No ven más allá de la apariencia.
No ven más allá de la inteligencia.
No ven más allá de la pasión.
No ven más allá de la posesión.

¿Por qué se empeñan en destruir el amor humano?
No ese de hermano a hermano,
sino ese donde tomados de la mano,
llegan dos a la presencia de Urano.

Ustedes jamás han sabido de ese amor,
¿acaso por ello nos guardan tanto rencor?
Tomémonos un momento y disfrútemos de su olor.
¡Gocen!, sabe a dulce licor.

Por un momento sean mortales,
por un momento vivan nuestros ideales.
Por un momento inhalen las brizas primaverales.
Por un momento entréguense, no solo a las carnalidades.

Conociendo la vida mortal,
¿no es necesario amar?
Conociendo la sociedad moral,
¿es necesario sobre algo recapacitar?

Alabados dioses del Olimpo,
¿creen necesario enviar a alguien al limbo?
O podemos continuar cantando nuestro himno.
Díganme si amar es indigno.

Su vida es eterna,
hasta con poder de reserva.
Con ustedes nada se conserva,
ni siquiera una exhalación externa.

Nuestra vida es perecedera,
por fortuna somos de buena madera.
Nos adaptamos a su manera,
capaces de ser felices hasta en una pradera.

Ustedes con su inmortalidad,
nosotros con nuestra felicidad.
Ustedes con su poder,
nosotros con nuestro querer.

Ese es el orden natural:
Escriben vidas como en manual,
de nuestra existencia nos quieren privar
pero siempre estaremos dispuestos a luchar.


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