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lunes, 23 de abril de 2012

Puta, no prostituta.



En Abril el mundo se torna incierto. Los febriles humores del ambiente empañan a las mentes de las gentes. Yo era una mulata con senos grandes y, debo admitir, mis ideas eran muy cortas. Vivía en Cuba, y todos los abriles era necesario para mí encontrar a un buen hombre fornido con quien entretenerme para soportar la soledad de aquella isla triste. 
Los galanes quedaban impactados al ver mi bien formado cuerpo. Una mujer así no se conseguía en cualquier esquina. ¡Hala que no! Además de todo, tenía yo una fama tan grande que la islucha misma era un huevo de tortuga en donde ni siquiera cabía un poco de todo lo que se hablaba de mí. Una buena puta siempre debe de dar harta materia para que hablen de ella. De eso depende su fama. 
Mi corporal negocio andaba bien, los machos quedaban satisfechos y yo sin ese calor interno llamado pasión. 
Ahora, ante tí, Olodumare, fuerza central donde todo regresa, confieso que sentía mucho placer con mis asiduas actividades. Pero me equivoqué, herré en algo. Me enamoré. Aciago suceso del que cualquier prostituta debe huir. 
Sí, Olodumare, me enamoré de un holandés que hablaba un español tan bueno como el de un tartamudo chimuelo. Me enamoré de su nariz informe y de su sonrisa extravagante. De su cabello revuelto y de su genio endemoniado. Los hombres más horrendos siempre son mejores en la cama, en el catre, en el suelo, cogiendo. 
Yo, obstinada mujer de piel cetrina, cabello rizado y ojos café quemado, buscaba con ahínco al holandés. Me cruzaba con sensualidad ante sus lánguidas piernas, y el suelo siempre temblaba cuando por accidente me agachaba y le dejaba ver las formas de mi cuerpo. 
Olodumare, Ashe, yo, Caliza, la antes prostituta cubana te confiesa: Mayito, mi holandés, no era el mejor semental que se cruzaba por mis entrepiernas, ni el más tierno querubín que embelesara a mi oído. Por eso me enamoré. Por que el holandés no era nada especial. Era, solamente, la sencillez que yo necesitaba. 
Recuerdo la primera vez que me hizo el amor. Sus manos trémulas se posaban en mi caliente cuerpo, se estremecían las sábanas de la cama y los muebles crujían del susto. Esa noche mi cuartillo quedó mudo, nunca había sentido tanta energía entre sus cuatro paredes. 
-¿Qué eres?- Preguntó Mayito a Caliza.
-Una puta-Contestó la mulata. 
-¿Prostituta?-Continuó el holandés.
-No sé- Respondió la mujer.

Olodumare, esa noche me enamoró el holandés. Sí, Ashe, esa noche. Después de que su líquido pegajoso recorrió mis piernas su imagen se hizo tan dispersa que jamás lo volví a ver. Se fue con mi virginal condición y con casi todos mis muebles. 

Mi Mayito me robó, me robó hasta la profesión. Sí, Olodumare, Ashe, me robó. Pero no importa, no importa, no importa. Desde esa noche me dio algo muy valioso, un nuevo nombre. Porque has de saber, Ashe, Olodumare, fuerza central donde todo regresa, que él le dio significado a mi antiguo oficio. Él, Mayito, el holandés, me hizo ver la grave diferencia que existe entre ser prostituta y puta. La prostituta anda por la vida dando las nalgas y nada más. Se la vive cobrando maravedí tras maravedí, soñando con ser una alta cortesana. Pero la puta, la puta, la verdadera puta es otra. La puta es aquella que no sólo entrega el cuerpo virgen, sino que también da su alma y, torpemente, se enamora.
La diferencia entre una puta y una prostituta es fundamental: La primera siente pasión. La segunda sólo la hace sentir. 

Sí, Ashe, Olodumare, tómame, tómame, tómame. Dame el placer de ser puta otra vez. 









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