Aparecer, saludar, desaparecer: otra mala costumbre tuya, Eva.
A penas reconoces las cien libras que pesas cuando tocas la piel eternamente fría que viste tus huesos. Tampoco es que haga mucha falta: aquí estás... como antes, como siempre; con la mente lejos del que dicen que es tu cuerpo y esos jeans desgastados que tan bien te van con el alma, con la taza que sostienes en una mano y la diminuta fogata del cigarrillo que se consume en la otra.
¿Hace cuanto que tomas el veneno con azúcar y canela, mujer?
Aquí estás; es lo bueno, es lo malo.
La entrada treinta y cuatro es para ti. Treinta y cuatro como el departamento que ya no visitas, donde se tomó la fotografía de la ventana que en siempre atardece, donde ambos sonríen.
El departamento donde vive el hombre que todavía de vez en cuando llama, el que te ha pedido a penas hace dos noches que le concedas un último café si no has de concederle un espacio en tu vida.
Si supiera que el espacio ya lo tiene, que lo tiene hace mucho...
Si supiera que el espacio es muy grande, más grande que el que te has concedido a ti misma...
Si supiera tantas cosas que no ha de saber.
Aceptas. Imposible no levantar los pedazos del cristal que protegía la fotografía que ha caído al suelo, incluso sabiendo que irremediablemente han de herirte.
Te debo esa sangre, toda mi sangre, toda la sangre.
Te debo todo cuanto soy, amor; te debo hasta los trozos.
A penas reconoces las cien libras que pesas cuando tocas la piel eternamente fría que viste tus huesos. Tampoco es que haga mucha falta: aquí estás... como antes, como siempre; con la mente lejos del que dicen que es tu cuerpo y esos jeans desgastados que tan bien te van con el alma, con la taza que sostienes en una mano y la diminuta fogata del cigarrillo que se consume en la otra.
¿Hace cuanto que tomas el veneno con azúcar y canela, mujer?
Aquí estás; es lo bueno, es lo malo.
La entrada treinta y cuatro es para ti. Treinta y cuatro como el departamento que ya no visitas, donde se tomó la fotografía de la ventana que en siempre atardece, donde ambos sonríen.
El departamento donde vive el hombre que todavía de vez en cuando llama, el que te ha pedido a penas hace dos noches que le concedas un último café si no has de concederle un espacio en tu vida.
Si supiera que el espacio ya lo tiene, que lo tiene hace mucho...
Si supiera que el espacio es muy grande, más grande que el que te has concedido a ti misma...
Si supiera tantas cosas que no ha de saber.
Aceptas. Imposible no levantar los pedazos del cristal que protegía la fotografía que ha caído al suelo, incluso sabiendo que irremediablemente han de herirte.
Te debo esa sangre, toda mi sangre, toda la sangre.
Te debo todo cuanto soy, amor; te debo hasta los trozos.
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