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jueves, 26 de abril de 2012

El jugo de betabel y las tijeras

"Bez muke nema nauke" (No pain, no gain)

El pensamiento la golpeó casi como un meteorito que choca con la atmósfera terrestre, pero a diferencia de esta roca espacial, aquel pensamiento intangible no desapareció al contacto, es más, quedó rondando su mente sin intención de desvanecerse. Cerró los ojos y bebió el vaso con jugo de betabel que tenía en su mano derecha. Era espeso y oscuro, bien podría parecer sangre. Sintió el tacto del vidrio en sus labios, el líquido rozando su fina sonrisa, atravesando su lengua, tragándolo. Nunca se había puesto a disfrutar de tan mecánico acto humano. Acto seguido tomó un mango del frutero, lo peló con sus palitos de pan y lo mordió. Ah, el sabor delicioso del mango resbalando por sus dedos, escurriendo su jugo desde la boca que lo succionaba hasta gotear en el nacimiento de los pechos de esa mujer. Ella sentía su sabor, su olor, su sensación. Se dirigió a la regadera, la abrió y entró tal cual se encontraba, pegajosa, vestida, poseída por una idea que atravesó el campo gravitacional de su cerebro y se impactó en él.

Dentro de la regadera comenzó a quitarse la ropa, pesada a causa del agua. El borboteo proveniente de ese tubo plateado saliente de la pared chocaba con su cuerpo ahora desnudo. Estando allí, bajo el chorro líquido y frío que la bañaba seguía meditando respecto a la monotonía y mecánica con la que los seres humanos realizan todas sus actividades diarias, deberían disfrutarlo todo, incluso la muerte. Cerró la llave, se secó con la toalla más próxima que halló. Hacía calor. Así como estaba, desnuda y con el cabello húmedo, se dirigió a su habitación, destapó todos los frascos que encontró y los olió, regocijándose con todo lo que olía, como si quisiese grabarse el aroma de cada sustancia. Se asomó por la ventana que daba a la calle solitara, observó esa vista que había tenido todos los días desde hace más de tres años. Se vistió y salió a caminar por esos lugares que ya tan bien conocía, lo miró todo, lo tocó todo, inclusive posó su lengua en las paredes de una iglesia construida en en siglo XVIII diciéndose así misma que lamía historia pura. Autos, gente caminando en la aparente intrascendencia de la vida, árboles, alguna que otra flor ¿en qué momento fue que el mundo llegó hasta esto? Un puesto de periódico; fotos de balaceados, atropellados, decapitados, secuestradores... ¡Horror! Todo lo que para ella parecía hermoso se desvanecía al recordar que el mundo era mucho más cruel de lo que pudiese imaginar. Su bienestar y felicidad se derrumbaron como la ventana que se rompió aquella mañana de febrero cuando sus hermanos y ella jugaban con la pelota que su padre les había regalado. Travesuras e inocencia de niños. Tiempos que no volverían, ya había crecido, conocía el mundo y se encontraba compungida.

Decidió regresar a casa. Se dirigió al armario, buscó unas tijeras y las miró con detenimiento. Pensaba en la humanidad, esa humanidad que amaba y odiaba por exactamente las mismas razones, las ideas siempre convergían y no veía que la respuesta se asomara por ninguna parte provocándole una incontenible animadversión. Extendió su antebrazo izquierdo y miró, marcadas en su blanca piel, sus azulosas venas. Abrió las tijeras y comenzó a cortar rápido y profundo. La sangre brotó. ¿Por qué no disfrutar el dolor y la muerte mientras esta sucede? Quizá sea lo último que podamos disfrutar en esta vida y eso sí, tendremos sólo una oportunidad para nuestro deleite. Sintió la textura de la sangre y gozó la vista de su rojo brillante. Hizo lo mismo con el antebrazo derecho. Se sentó en el suelo, aún consciente de su desangramiento y colocó las tijeras a un lado. Se dedicó a disfrutar la sensación de que ya no podía hacer nada, la sensación de líquido rojizo corriendo por sus manos hasta llegar al suelo. Reía, reía al imaginarse como la única persona que disfrutaba de su muerte en ese momento, reía pensando que habría personas que morirían sin haber disfrutado de nada. Ya casi llegaba la hora, se fue debilitando, debido a la pérdida de sangre comenzó a palidecer. Decidió cerrar los ojos para dejar de ver (ya había visto demasiado) y solamente dejarse llevar por el dolor, la felicidad y el arrepentimiento por última vez. Incluso podría jurar que disfrutó hasta el respiro final de su delirio, delirio que ocurrió una mañana mientras bebía un vaso con jugo de betabel.

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2 comentarios:

  1. Me has dejado sin palabras. Los único que puedo decir es que me fascinó.

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  2. Gracias Brenda, un placer ser leída por ti. Se te aprecia en demasía

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