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domingo, 15 de abril de 2012

La chica del parque

Soy un hombre soltero, tengo veinticuatro años de edad, soy egresado de la Facultad de Ingeniería y no creía en las casualidades ni en el destino hasta lo que ocurrió aquella ocasión. Mi vida cambió por completo aquel día. 
Era un domingo por la mañana, como todos los domingos me levanté temprano para ir al parque. Mientras leía el periódico desayuné lo de siempre: cuatro claras de huevo, un vaso de jugo de naranja y dos rebanadas de pan tostado. A las 9:00 a.m. en punto salí de mi casa, encontré a mi vecina de piso que, como todas las mañanas, sacó a pasear a su perro, me saludó y la acompañé hasta el parque donde cada uno tomó rumbos distintos, ella hacia el concurso de comer salchichas y yo hacia una de las bancas. No observé algo fuera de lo normal así que me dispuse a hacer lo que hacía en mis tiempos libre: pensar. 
Estaba sentado, meditando en la banca donde siempre me siento, de repente, como si alguna extraña fuerza me obligara, levanté la mirada y la vi, era el ser más hermoso y angelical que haya visto en toda mi vida. Ella trotaba sobre la pista de carrera, jamás la había visto. A lo lejos, notó que la observaba, me sonrió y se sonrojó; siguió corriendo. Eran las 9:30 a.m. y yo debía partir pero justo en ese momento se detuvo frente a mí, me miró a los ojos y mi corazón comenzó a palpitar como loco, mi respiración se aceleró. Me perdí en la profundidad de sus hechizantes ojos cafés. Ella se acercó más y más hasta que... Desperté. ¡Vaya! Solo fue un sueño  —pensé—, pero parecía tan real. 
Estaba perturbado así que después de tomar una ducha y desayunar, decidí salir al parque para espabilarme. Llegué y me senté en la banca de siempre, la banca de aquel sueño, miré hacia el cielo  —como siempre—  y de la nada me abordó una chica que me preguntó "¿Me podría decir la hora? Por favor". Mi rostro se llenó de asombro y de una extraña alegría. Era ella, la chica del sueño. Palidecí y me quedé mudo, por lo que solo pude decirle "9:30 a.m., señorita". Me agradeció con un gesto amable. Me dejó una tarjeta y se retiró. 
La veía marcharse, con una sonrisa misteriosa en su cara. No pude contener mis deseos de saber por lo menos su nombre así que corrí detrás de ella. Cuando la alcancé la abracé fuertemente, ella me besó y caí desmayado sobre el césped, el último recuerdo que tengo es el de sus labios rojos moviéndose, susurrando unas palabras que ya no escuché. 
Sentí que había pasado una eternidad desde ese momento hasta el que desperté… ¿en el hospital? Sí, estaba en una cama de hospital y alrededor mío estaban dos doctores y mi vecina. Yo tenía una herida de cuchillo en el costado derecho y según dijeron los doctores, regresé de la vida, sí, morí durante escasos segundos. 
Hasta el momento no sé qué pasó aquella mañana, no sé cómo es que me hicieron (o me hice) esa herida. Mi vecina –la del perro- me ha dicho ya cómo es que llegué al hospital: “Se me hizo raro, esa mañana no te vi cuando salí a pasear a mi perro. Cuando llegué al parque tampoco te vi sentado en la banca en la que acostumbras sentarte, pensé que habías ido a visitar a algún familiar fuera de la ciudad. Estaba viendo el concurso de comer salchichas cuando una mujer, muy bonita por cierto, se acercó a mí y me preguntó si te conocía, yo pensé que era tu novia así que me limité a contestarle «es mi vecino pero no lo he visto». De pronto se levantó y me dijo, «deberías visitarlo, ver si, tú sabes, si está bien», me perturbó mucho y decidí ir a tu departamento, toqué la puerta durante media hora y como no abrías, llamé al portero. Después de que abrió la puerta entramos y te vimos herido, estabas tirado en la mitad de la sala, llamé a la ambulancia y te llevamos al hospital.” 
Cuando me dieron de alta, la enfermera me dio una tarjeta y me dijo “Señor Mondragón, una joven me pidió que le entregara esto personalmente”. La tarjeta tenía escrita, en letras doradas, la siguiente leyenda: “Tú no sabes quién soy yo pero yo sé perfectamente quien eres tú. Espero que ahora comprendas que solo yo puedo jugar con tu frágil vida. De ahora en adelante, ni siquiera de atrevas a pensar en hacer mi trabajo.” 
Esa chica, no fue solo un sueño; ahora es un recuerdo, una parte de mi vida.

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