Mi nombre es Amanda. ¿Qué les puedo decir de mí que ustedes no sepan ya? Porque me conocen, ¿no es así? Es decir, ¿quién no ha escuchado hablar de mí? De la grandiosa Amanda de la Paz, la más destacada fotógrafa y escritora de todos los tiempos. Pero, ¡qué más da! Me encanta hablar de mí: 
Soy hija de una actriz y un director de teatro. Desde pequeña se me inculcó el amor por el arte escénico, sí, se me enseñó a amar más al arte que a las personas, aprendí que el arte vale más que todo el mundo junto. 
Debido a que mis padres tuvieron gran éxito en sus obras nunca tuvieron tiempo para mí, así que crecí bajo la tutela de mi nana Mariana, una mujer humilde a la cual, extrañamente, quise mucho. 
Siempre he sido orgullosa, engreída, soberbia y ególatra, ¿y qué? ¿Qué tiene de malo? Siempre tuve razones para ser así. Siempre fui odiada y envidiada por la mayoría de las personas que conocí; me odiaban por lograr todo aquello que ellos no pudieron. 
En mi infancia y adolescencia nunca tuve amigos, ninguna persona que conocí fue lo suficientemente buena para mí, ninguna estaba a mi altura. No es que no me gustara relacionarme con las personas, todo lo contrario, cada interacción con alguien me servía para que los demás notaran que yo tenía clase, educación y cultura superior; me valía de eso para demostrar que yo era mejor que ellos. Sé que deben preguntarse si esto me provocó problemas, la respuesta es lógica: Sí. No podían soportar que yo fuera mejor que ellos, sobre todo en la Universidad donde todos se creían "linaje escogido"… ¡Bah! Todos eran lo mismo: artistas de poca monta, sin talento. 
¿Amor? ¡No me hagan reír! ¿Cómo me iba a enamorar de alguno de esos… plebeyos? Si no tuve amigos, ¿qué les hace creer que tuve algún romance?... ¿Narciso? Bueno, él es… ¿Quieren que les cuente sobre Narciso? Bien, lo haré: 
Un día como cualquier otro, después de regresar de la Facultad, decidí salir a dar un paseo al parque. Era otoño y me encantaba salir en esa época porque era maravilloso ver esos tonos amarillentos, naranjas y cafés en los árboles, en el césped… ¡en todos lados! Como siempre, llevaba conmigo mi libreta de notas y mi cámara fotográfica, ¡ya imaginarán! Era magnífica la inspiración que me surgía en aquel lugar, aquella época. 
En fin, ese día no fue la excepción de mi ritual de escritura: salí corriendo de mi casa, llevaba una bufanda verde pistache y un gorro café, fue lo primero que encontré. Afuera el viento soplaba fuertemente, lo que embriagaba de éxtasis doblemente mis sentidos. Al llegar al parque me senté en una de las bancas, saqué mi cuaderno y comencé a escribir, escribí un poema y fue raro: yo no escribo poemas. Fue como si el viento fuera un espíritu que poseyó mi cuerpo, como si hubiera perdido mi voluntad, me levanté, tomé mi cámara entre mis manos: clic, clic, clic… ¡Clic! Solo podía escuchar el cliqueo de mi cámara. De repente, como si aquel espíritu juguetón hubiera desaparecido, observé las fotos que tomé y me di cuenta de algo increíble: había un hombre en todas y cada una de esas capturas: era alto, esbelto pero con un cuerpo bien formado; ojos cafés, grandes y expresivos, cabello negro como el cielo madrugador de las tres de la mañana, su boca era pequeña, de labios rojos como cerezas, nariz hecha bolita pero afilada; vestía pantalón cargo café, suéter negro y una bufanda negra.  ¡Él era el ser más hermoso que haya visto en toda mi vida! Y por primera vez sentí deseos de acercarme a alguien solo por conversar, por primera vez no quise ser más que alguien. 
Él me ganó: Se acercó a mí antes que yo a él. 
—    ¡Hola! ¿Cómo te llamas? 
—    Narciso, ¿y usted bella damisela? 
—    Amanda… Amanda de la Paz. 
—    ¡Vaya! ¡Qué hermoso nombre! Dime, ¿a qué te dedicas? 
—    Estudio. Soy estudiante de letras. ¿Y tú? 
—    Era escritor. 
—    ¿Eras? 
—    Sí, era, porque a partir de este momento seré lo que tú me pidas que sea. 
¡Dios mío! Aquel hombre me estaba cortejando y yo no podía hacer algo al respecto porque… porque… ¿¡Por qué!? ¡No lo sé! Su voz era como un canto de sirena: me hipnotizó. 
Indefensa, así estuve frente a él durante toda la conversación. Cuando menos lo esperaba solo me dijo que debía irse, que ya era noche y yo… Yo no tenía prisa de llegar a casa, no había quien me esperara. Le propuse algo   —indecoroso—  que él no podía rechazar: le propuse que pasáramos la noche juntos. Él solo sonrió, tomo mi rostro entre sus fuertes manos, me miró a los ojos y me dijo que no era correcto, besó mi frente, rozó mi mano y partió. En mi mano dejó su número de teléfono celular y una dirección, yo decidí ir a buscarlo al día siguiente pues no quería parecer insistente aunque… ¿Me rechazó?... Sí, alguien me rechazó, a mí. ¡Narciso me rechazó! ¿Por qué habría yo de ir en su búsqueda? Él se lo perdió pero… ¿Cómo pudo perder algo que nunca tuvo? ¡Ah! Tantas preguntas atormentaron mi cabeza esa noche que no pude dormir y mejor escribí, escribir siempre me hizo sentir mejor y esa noche… no, fue la excepción. 
Antes de las seis de la mañana ya me había bañado, había desayunado y ¡hasta había hecho ejercicio! Decidí salir a buscar la dichosa dirección. Cuando llegué noté que eran unos departamentos muy deteriorados y justo cuando iba a preguntar por un tal Narciso “algo”, lo vi en bermudas y camiseta… ¡Era Adonis reencarnado! Me vio, me saludó y me dijo que lo esperara un par de minutos para que se bañara y cambiara su ropa, que iríamos a desayunar. 
Salimos durante algún tiempo, nos hicimos amigos. Iba a recogerme a la Universidad en su fantástico… ¿Tsuru? Sí, él era pobre pero también era escritor y era el hombre del que me enamoré profundamente. 
Después de un año nos hicimos novios, no saben lo dichosa que fui cuando me lo propuso y más felicidad me causó la relación en sí. De hecho, una vez cuando llegó de su rutina de ejercicios, yo lo esperaba ya afuera de su departamento y por primera vez me invitó a pasar. Mientras él se bañaba yo hacía el desayuno pero algo extraño me ocurrió, no soporté las ansias de estar con él y me metí a la regadera… ¡Hicimos el amor! Esa fue la primera vez de muchas pero también fue mi primera vez, nunca, ningún hombre me había tocado y quizá jamás ningún hombre lo hizo pues Narciso no era hombre, era un dios. 
Transcurrieron seis meses más, terminé la carrera y prácticamente de la noche a la mañana me convertí en la escritora y fotógrafa más afamada. Realmente no sé cómo ocurrió eso pero por fin mis padres me pusieron atención. ¿Cómo no lo harían si les escribí varias obras de teatro? Sí, hasta que trabajamos juntos fue como ellos se enteraron de mi existencia. Comencé a relacionarme con sus amigos y entonces yo también me hice de amigos. Les comenté sobre Narciso y ellos se alegraron, es como si por primera vez hubieran estado orgullosos de mí y admito que eso me hacía más feliz. 
Narciso también estaba feliz por mí pero… algo ocurría y no era normal: Un día le dije que mis padres querían conocerlo y él se mostró indiferente, como si el anuncio de incomodara e incluso le molestara.  —No tengo tiempo—  me dijo. Yo no insistí más. 
Todo marchaba de maravilla con mis padres, con el trabajo, mis amistades y hasta con Narciso pero un día mi padre me cuestionó sobre mi novio, me preguntó su nombre y yo solo supe decir «Narciso, papá… ¡Solo Narciso!» 
Les dije que mi padre era un afamado director, ¿verdad? Pues no dudó en hacer gala de eso y contrató a un investigador privado para que me siguiera. Él pensó que Narciso era un mafioso y que por ello yo me negaba a decirle su nombre pero ¿cómo le iba a dar información que no sabía? ¡Sí! En tanto tiempo de relación nunca se me ocurrió preguntarle nada de él, creo que fue porque sentía como si lo conociera de toda la vida. Simplemente no se me hizo importante cuestionarlo acerca de su vida. 
Al cabo de un par de semanas, mis padres me pidieron que me reuniera con ellos en privado. Era urgente. 
Al llegar a su casa me mostraron unas fotografías. 
—    ¿Qué significa esto, Amanda? 
—    ¿Qué significa qué, papá? 
—    ¡Mira! Dime, ¿qué ves? 
—    ¿Qué debería ver? Somos Narciso y yo en un restaurante, ¿qué tiene de malo o extraño? 
—    ¿Qué tiene? ¿¡Qué tiene!? ¿¡Aún lo preguntas!? 
—    Por amor a Dios, Amanda, mira bien las fotografías, cariño. 
—    ¡Ya las vi, mamá! Y no sé porque demonios me han espiado, ¿desde cuándo lo hacen? ¿Por qué? 
—    Dos semanas, Amanda. Desde el momento en que te negaste a darme el nombre de tu novio. Lo hicimos porque pensamos que lo encubrías de algo que no debíamos saber. 
Arrojaron varios de mis libros sobre la mesa, junto a las fotos. 
—    Libro uno, capítulo cinco: Mi primer amor. 
—    Libro tres, capítulo diez: Narciso. 
—    Libro cinco, capítulo quince: Éxito. 
Y así libro a libro, capítulo a capitulo iban citando títulos y breves reseñas… ¡De mi vida! Yo no sabía que ocurría. ¡No sabía! Hasta que escuché esas palabras de mi padre que aún retumban en mi cabeza: 
«¡LLÉVENSELA!» 
Entraron unos tipos vestidos de blanco, uno de ellos me inyectó algo en el cuello y perdí el conocimiento. Cuando desperté ya estaba en un cuarto de esponja, blanco, lleno de luz y tenía una camisa de fuerza puesta. ¿Adivinan que me ocurrió? Sí, mamá y papá me llevaron al manicomio porque yo… ¡Yo perdí la razón! La causa: el amor. 
Pasé varios años de mi vida en ese maldito lugar. Un día el doctor decidió que ya estaba curada, así que por fin pude regresar a casa, de mis padres, claro. 
Cinco años, cinco años en ese cuarto. Solo estábamos yo y… Nadie más, lejos de lo que muchos creen ni Narciso estuvo conmigo. Lejos de lo que muchos creen, Narciso solo me acompañó durante tres años, pero después él también me abandonó… 
Ya más tranquila, cuerda y en mis cinco sentidos mi mamá me explicó lo ocurrido mientras me mostraba mis libros. No tiene caso renombrar lo que ya se ha dicho así que solo les contaré lo que más me impresionó: ¿Recuerdan aquella tarde en el parque? Aquella vez que conocí a Narciso. ¿Recuerdan las fotos que tomé? ¿La dirección? ¿El número de teléfono? ¿Recuerdan todo eso? Pues resulta que en las fotos sí aparecía alguien pero no era Narciso, ni siquiera era un hombre. Eran fotos que tomé frente a un espejo. Sí, adivinaron: era yo la que aparecía en las fotos. ¿El nombre? ¡Vamos! No les parece familiar porque para mí sí lo fue, al parecer mi mente recordó ese mito griego y al ocurrir lo que ocurrió decidió nombrar así a mi reflejo… ¿Todo lo demás? Bien, eso sí no tiene explicación, en realidad la dirección y el número de teléfono ni siquiera existieron… Al igual que Narciso. 
Soy Amanda de la Paz, la más afamada escritora y fotógrafa de todos los tiempos. La clave de mi éxito: Haber vendido mi vida… sin siquiera darme cuenta.
 
 
Brenda estás loca, realmente esto es lo más magnífico que has escrito.
ResponderEliminar¡Órale! Me dijiste loca... Qué honor :')
EliminarMuchas gracias. :)
Y pensar que yo lo tengo.... Me es un placer volver a leerlo. Un abrazo con lo amplio de mis alas Brenda.
ResponderEliminarY lo tienes "autografiado", jaja. Recibo tu abrazo y te envío uno igual de grande. :)
EliminarTenía un tiempo que no pasaba a leer y encontrar esto y wow!
ResponderEliminarHasta yo me enamoré de Narciso!
Está genial, Brens!
¿Te enamoras de ti misma? Jaja
EliminarGracias, Pach. :)