Hoy inicio una nueva vida, me encuentro cansada con la venda en los ojos, aún  fresca por la  reciente operación. Hoy voy a ver. No quería someterme a esta cirugía, yo jamás había visto, y he vivido en lo que los que ven llaman oscuridad (planeaba utilizar la palabra vidente, pero eso es solo para aquellos que ven seres misteriosos, y es tan  ciego el mundo de los que ven, que solo tienen una palabra para denominarnos a nosotros los ciegos, pero no a ellos, que están frente al mundo de los colores), pero mis padres insistieron, dijeron que después no tendrían el dinero si cambiaba de opinión. Me sometí a algo doloroso, innecesario y probablemente tonto si lo ven desde mi perspectiva –porque ustedes si ven, jaja-. 
Antes de esto, yo era feliz, caminaba sin miedo a tropezar con nadie, la agudeza de mi oído era tal que podía diferenciar la respiración, forma de caminar, manías ruidosas, y eso sin mencionar la voz de las personas que me rodeaban. Nunca conocí mediante las manos, es un poco antihigiénico a mi parecer, utilizaba mis otros sentidos con el fin de saber quién era mi interlocutor. 
En la noche, porque sé cuando es de noche, me gustaba recostarme largas horas en el pasto y sentir como el rocío cubría poco a poco la hierba, escuchar el canto de las pocas aves que viven aquí en la ciudad y sentir como el manto oscuro de las tinieblas me cubría con una sensación de cobijo y, al mismo tiempo, de desamparo. 
Tengo novio, el puede ver, sin embargo, sé que lo conozco más yo a él que él a mí. A él sí le doy mis dedos para saber su rostro. Toco cada contorno de su rostro, desde el lunar que tiene en el pómulo izquierdo, hasta su barbilla simétrica que a veces pica por que se deja la barba, con el objetivo de que mis dedos tengan una tarea más sencilla. Es un tonto, eso no es necesario. 
Sus manos, son dos hermosas esculturas suaves que se mueven como yo las quiero. Él me trata como discapacitada, pero verán, el discapacitado (por decir una palabra y no volver al “tonto”) es él. Un día,  estábamos “conociéndonos” en mi habitación y escuché los pasos de mi padre que se aproximaban, él ni siquiera se había percatado que había alguien en la casa. Me reí para mis adentros. 
Otro inmenso placer de la vida es comer, dicen que los ciegos tenemos los demás sentidos del todo alertas, por esa falta de uno que nos aqueja, es total e irremediablemente cierto. Algunas veces, los sabores  me dan un inimaginable goce, pero hay otros que realmente solo trago la comida, como el nopal, no me gusta ni la consistencia, ni el sabor, ni el olor. 
Trabajo, sí. Soy maestra de letras, pero en Braille, en una escuela para personas discapacitadas, pensarán que es raro que tanto alumnos como maestros sean invidentes, mas no es así. Todos están allí para superarse, los que no, se quedan en las faldas de su madre para que los mantenga el resto de su vida. Eso  nos molesta, hacen que parezcamos inútiles. En el colegio hay jóvenes “sanos” y son los que la pasan peor, ellos piensan que algunos maestros por ser ciegos no “verán” qué están hablando o qué se ríen, pero nosotros los callamos con un “pero los escucho perfectamente señores p… y c…” Mi escuela me recuerda a la corte de los milagros de la obra de Víctor Hugo, todos estamos sanos, en cuanto llegamos. 
Me gustaría seguir contándoles acerca de mi vida de ciega, pero el doctor se aproxima, mi familia me rodea, las vendas son retiradas poco a poco de mi rostro, estoy a la expectativa de verlos, de “conocerlos realmente”. Tengo miedo. 
La luz me duele, pero parpadeo poco a poco para que mi nuevo sentido se acostumbre. ¿QUÉ ESTOY VIENDO? La personas que me rodean, mis padres, tienen el cabello cano, las manos arrugadas, nada de juventud en sus cuerpos, como si hubieran cargado toda la vida el peso que Atlas tiene bajo sus hombros. El doctor, es joven, su cabello se acerca más al color del foco que al de mis tinieblas. ¿Quién es el hombre que está por allá?  Santo cielo, su rostro es tan terrible, tan abrumador, su color de oscuridad, con su rostro a todas luces de idiota, un cuerpo maltrecho, lleno de dibujos llamados tatuajes, es tan horrible como un monstruo. “Hola, amor” 
Grito, chillo, a la manera del cuento de Gibrán Jalil Gibrán. “Ladrones, malditos ladones, se llevaron mi vida, mi felicidad ciega. Se llevaron mi oscuridad”. Pero esto es irreversible, es mi nuevo inicio.
 
 
Yo leyéndolo tiernamente y ¡zaz! Que llego al final. No sé, me dio risa cuando leí lo último.
ResponderEliminarLo mejor de todo fue que yo lo leí antes que nadie. :D