Quién diría, quién diría que yo caería en una adicción de ese tipo. Yo, una chica tan sana.
La primera vez que me incitaron a probar esa sustancia me negué rotundamente, me provocó asco, repugnancia; nunca imaginé que podría llegar a deleitarme tanto, nunca pensé que me haría volar tan alto, nunca creí que me haría tanto daño como lo hace. Nunca.
He intentado por todos los medios posibles alejarme, hasta decidí internarme en una clínica pero no encontré alguna en la que trataran ese problema.
Mis amigos notaron cambios en mi comportamiento pero no prestaron mucha atención, siempre he sido una persona muy cambiante con ellos. Mis familiares dijeron “es la edad”, sí, le echaron la culpa a la edad, a mi juventud y, bueno, no estaban tan errados.
Pude vivir bien durante algunos meses. En un momento de mi vida, antes de conocer la droga primaria, supe de la existencia de otra sustancia que se suponía, provocaría los mismos síntomas una vez que la consumiera pero… no. Fue como consumir fármacos similares en lugar de patentes: durante algún tiempo me hizo sentir bien pero el efecto duraba escasos segundos, era un verdadero dolor de cabeza seguir inhalando ese maldito polvo barato. Yo sentía que merecía algo mejor, algo que realmente me satisficiera, algo como la droga original… ¡Ah! Esa droga, ¡esa droga! Es casi imposible conseguirla y tiene un costo muy alto, quizás el problema no es saber donde se encuentra sino tener los recursos para poseerla. Cuando yo supe de su existencia no tenía gran cosa que ofrecer pero como todos los buenos proveedores de sustancias prohibidas, el mío (la mía, mejor dicho pues era mujer) notó un gran potencial en mí, sabía que yo le podría servir de mucho así que me ofreció la primera muestra gratis, “cortesía de la casa” como ella le llamó. La acepté pero no la consumí en el momento, la guardé y durante un largo tiempo me dediqué a pensar si consumirla sería lo correcto o por lo menos si me convendría. Lo acepto, fue una oferta tan tentadora que era prácticamente ineludible. Fui débil… La consumí: solo sentí como cada mililitro de sustancia se hacía una con mi sangre, el humo que entraba por mis fosas nasales tenía un aroma increíble, yo jamás había olido algo igual. Sentía cómo el humo me envolvía el cuerpo y cómo el líquido embriagaba mi alma. Sentía calor recorriendo todo mi ser. Apenas la ingerí comencé a soñar nítidamente despierta, excitó mis sentidos y mis emociones. Me hizo escribir mil poemas y quinientas cartas, una novela y dos compendios de cuentos; todo en una sola noche. No sé de donde saqué tantas palabras aquella vez, nunca lo supe pero sé que me gustó y por ello volví a consumir esa mortal droga.
Contacté a la proveedora y me dio sustancia para una semana, dijo que de nuevo sería cortesía de la casa. Yo no contradije lo dicho y solo asentí con la cabeza en señal de que estaba bien y tomé la sustancia entre mis manos como si fuera lo más preciado que tenía en el mundo y qué más daba pensar que era lo más valioso si en realidad era lo único que tenía, lo único que me quedaba.
Al llegar a casa tomé otra dosis y ocurrió lo mismo que la noche pasada. Así lo hice durante seis días más.
Al octavo día de ingerir aquella droga noté algo muy extrañó: cada día consumía más. La ración diaria a ingerir iba aumentando y no paulatinamente sino todo lo contrario, lo peor de todo es que mientras más consumía más me hacía dependiente, sufría más y realmente mis dotes de artista iban disminuyendo a diario.
Decidí abstenerme durante algunos días. ¡Dios mío! Parecía un león que no había probado carne durante años. Intenté llenar el vacío con más drogas: heroína, cocaína, marihuana, LSD, nicotina y me rebajé a tal punto de simplemente emborracharme. Ninguna sustancia saciaba mis necesidades. Si mi droga me provocaba en últimas fechas inspiración solo basada en un tema, éstas ni eso, solo me hacían perder la razón.
Tras mi intento fallido fui de nuevo con Erosina, le pedí más sustancia y ella me dijo que me podría dar toda la que necesitara pero que a partir de ese momento ya iba a tener un costo. Yo no sabía qué decir, ya me había dado cuenta del daño que me provocaba pero aún así me era imposible vivir sin ella por lo que solo me resigné a asentir de nuevo y decirle que fuera cual fuera el costo yo estaba dispuesta a pagar. Ella me sonrió y me dijo —muy bien, así me gusta— me dio otra dosis para una semana más y cuando le pregunté el costo solo mencionó —no importa, pronto lo descubrirás—. Admito que me dio un poco de temor pero no me importó mucho pues ya tenía en mis manos lo que tanto deseaba, sin lo cual no podía ya vivir.
Llegué a mi departamento y consumí la dosis que Erosina me había dado para esa noche; me sentí bien de nuevo, me sentí como aquella primera vez que la probé… ¡Subí al Olimpo! Escuchaba las alas de Pegaso abrirse y moverse al compás de una melodía interpretada por la Siringa de Pan, sobrevolé Hipocrene y Erato me dio a beber de las aguas de dicha fuente. Observé a Hades sonreírme mientras Atenea me hacía reverencia. ¡Fue magnífico! Fue, fue… fue un sueño provocado por mi droga, una alucinación perfectamente alucinada. Al despertar vi cientos, quizá miles de hojas apiladas en mi escritorio, contenían billones de letras, millones de palabras, millares de sentimientos, cientos de ideas, ¡fue la locura! Despertar y ver todo aquello; despertar y ver que habían pasado seis días, seis días de los que el único recuerdo que estaba en mi memoria era aquel festín que tuve en el Olimpo. Me quedé sin droga pues no sé cómo pero la consumí toda, absolutamente toda.
Salí en busca de Erosina y cuando la encontré se negó a darme más sustancia, yo le dije que ella me pidiera lo que quisiera, lo que fuera yo se lo daría con tal de que me diera más droga. Ella solo me contestó —¿qué más te puedo pedir?— y con esa maldita sonrisa sarcástica de siempre agregó —si ya hasta tu vida te quité—.
No podía creer lo que me dijo. Perdí el conocimiento, solo sentí que caía en un pozo sin fin, todo era oscuro, no había aire fluyendo; eso era la nada. Surgió un momento de regresiones a mi mente y recordé un acontecimiento: la vez que conocí a Erosina, la primera vez que probé aquella droga y recordé que siempre le había nombrado así: «droga» o «sustancia». En ese momento todo fue claro para mí, pude regresar a la realidad cuando supe (recordé) por fin el nombre de esa droga. Y el nombre era…
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