Las olas del mar arrullan los ojos del navegante que dolido observa como rompen con el arrecife de coral o con las rocas de un acantilado erosionando la tierra y la piedra de la misma manera que el alma erosiona el cuerpo. 
El navegante siente como suyas las aguas que lo rodean y lo envuelven, esa es su vida, la que conoce desde que fue un joven.  Las tormentas no lo atemorizan, el agua ya es su amiga y los misterios que rodean los inmensos mares son la promesa que espera alcanzar. 
Aquel hombre era uno de muchos que se abrazan a la tierra, pero fue en una noche de borrachera que sus ataduras se soltaron con el canto del kelpié. En la suave arena, a lo lejos, vio a la dama de las aguas montada en el caballo negro que por patas tenía aletas, la dama tenía cabellos de oro que cubrían a la bestia de tan largos y tan hermosos. 
Su vestido era de algas y otras ataduras que solo se encuentran en el fondo de los mares. Tan blanca era su tez que incluso se confundía con los ojos, que parecían enmarcarse más en las pupilas miel que en las pestañas de oro. 
Corrió hacia ella como el náufrago que ve una isla prometedora de salvar la vida, corrió tan rápido que el alcohol dejó su organismo, y la vio de cerca.
Ella era una bestia que tenía por mandato asesinar a los  pecadores. Su víctima, como todos, se abalanzó a la cercanía de su cuerpo. El caballo a sabiendas de su trabajo, estaba a punto de dar el trote, pero el jinete lo detuvo, algo había visto que la hacía sentir compasión del condenado.
Ambas miradas chocaron, miel y esmeralda se fusionaron en un instante eterno, y fueron miel y esmeralda lo que dio pie a hombre y bestia. A lo lejos en el mar, en la distancia que separa las rocas de la arena se observaba a un extraño caballo que custodiaba a los amantes. 
No hicieron el amor, solo fueron almas que se saludaban a medida que sus sexos chocaban como las olas, la erosión no daba pie a la arena áspera, sino a un vaivén de estrellas salidas de la constelación de piscis y bañadas con el rocío de la flor pura desojada. 
Solo eran almas, solo fueron colores que se estremecían en un arcoíris de verdadera humanidad. No creo de ninguna manera que los hombres sean la especie dominante del planeta por ser capaces de usar herramientas, ni por el raciocinio que considero algo afín a los animales; ellos lo son porque observan los colores en el alma. Juro por Dios que esas almas eran una en luz blanca que se estremecía de dicha y adoración. 
Ella perdonó al viajero condenándose a las aguas eternas. Al terminar el acto, su piel se convirtió en escamas y sus piernas se fusionaron con el caballo hasta ser una sirena verdadera que solo puede vivir en el mar. 
Y así es como el viajero anda errante en la búsqueda de la muerte con el beso de la sirena, espera y observa el horizonte, llora porque los años pasen y que su muerte libere a la dama para que se le permita volver a tierra con la promesa nocturna de enviar al abismo a las almas pecadoras. 
 
 
¡Ay, güey! Disculpa la expresión, pero... me dejaste sin palabras. :)
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