V
Así, los fuegos artificiales de mil colores, ¡pero de verdad de mil
colores! Se aparecieron entre la noche circular. Entre la luz irreal de la luna brillante por sí sola. Se
parecieron miles de fuegos artificiales. Del túnel de su cara aroma de cerezas
con café, y llegó a mis labios como delgado pétalo de tulipán fundido. Y entre mis labios, con esa sensación, con
ese perfume, me fundí en cerezas acolchonadas y calidez.
Sí, era cómo si saliera de un libro, de esos que, en cuanto duermes,
sientes la sensación de que él mañana aparecerá y te verá como nunca antes lo
han hecho. Era así, una utopía del diario, pero él ya no lo era. Si no me crees
un día sal a vernos por la ventana y de verdad que somos una pintura
impresionista andando.
Y sí, era una utopía del diario. Es
algo desgarrador despertar, ver el rimbombante sol y saber que, por el momento,
tu utopía duerme, mientras uno la desea para todos los sentidos. Pero… bueno,
allí alberga una pizca de esperanza medio abandonada, como muñeca vieja y
sucia. Creyente de cualquier mirada, de cualquier susurro de alguien. Compartir
y contar las partículas del viento, oler el pasto verde y hacer el dueto en el
amor.
Uno espera desesperado la noche y
tomar asiento en la sala de espera del sueño y entonces, encontrarte con la
utopía misma y volver a “nacer” con esa delgada pluma que te hace cosquillas en
todo tu ser, caminando en la finura del agua. A la espera de la catarsis de tu
boca y la suya; combinando lo más puro de los dos seres y haciendo el más puro
amor con las manos, la boca y sus caras rosándose uno al otro. Y lo más sublime
ya no es el ser y la montaña, ahora el ser y todo el sentir de tu estremecido
cuerpo. Cayéndose por cachos de amor y ternura.
Y de nuevo el sol tocando tus
ojos y de nuevo la profundidad del hueco que deja esa utopía hermosa.
Desesperante y absorbente, ya no hay nadie que deguste el placer del sonido de
una abeja.
Noche y día. Así de romántica es
el alma de uno.
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