Si Coyoacán fuera un color, sin duda alguna sería rubí; no rojo, ni vino; sino color rubí. Yo habría querido que fuera amarillo, una vez quise que fuera salmón y en más recientes fechas, morado; pero todo se pinta a su debido tiempo y Coyoacán no fue la excepción.
Si fuera un sabor, sería café. Café frío con dos cucharaditas de amor (disque porque ese es el ingrediente secreto de su singular sabor y motivo por el cual jamás volveré a probar otro café igual: a veces le ponen más amor, a veces menos, a veces todo o incluso nada, pero lo importante es que aunque le pongan la misma cantidad, ningún amor sabe igual).
Si fuera una canción... Vaya, difícil elección. Podría ser Soak up the sun, One headlight... ¡O Lovefool! Realmente podría ser cualquier canción noventera que alcanzara a reproducirse en los setenta u ochenta minutos de música continua que se escucha y/o se canta durante un corto viaje en carretera a las cuatro de la tarde. (Pero si es opinión más personal, yo me quedo con Dreamer o con Mátenme porque me muero).
Coyoacán es un short marrón y una playera polo negra; un "Carpe diem" acompañando un trisquel. No es más que todo lo que alcanzó a ser y lo que quiso que fuera. 
¡Ah! Tal vez exagero y Coyoacán solamente es el lugar del que no me fue permitido escribir en el Taller de expresión oral y escrita... O quizás es más que todo lo anterior: la única persona que no puedo describir porque aún no conozco la manera ni las palabras para hacerlo.
 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario