Al divisarle, mil fontanas fluían dentro de mi corazón.  Éste expulsaba arreboles, despedía luces y
calor, pues estaba inflamado. También estaba suspendido en un lugar donde el
tiempo no existe, donde no hay infelicidad, ni llanto y nadie quiere huir de él.
Sin darme cuenta, lo circundaban trescientas treinta y tres espadas de fuego.
Contemplarle significaba gozar verdaderamente, pero la infinita claridad que le
envolvía  me cegaba e impedía verle. En
mi pecho descansaba muchísimo dolor, ignoro si era la pena de no poderle sentir
o la angustia de saberme inane.  Criaturas aladas envueltas en llamas surgían
de aquel lugar maravilloso. Instantáneamente, se alejó. Me dejó de rodillas,
con cien mil lágrimas dulces alrededor de mi cuello. ¡Con qué impaciencia
espero su regreso!  
 
 
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