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jueves, 20 de junio de 2013

Morhange


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He pensado seriamente en la retórica. Anteriormente, recordando una discusión, creí haber sido presa de mi continua exageración, cuando esa persona al poner una palabra, como chochito en el universo, me ofendió y fue causa de mi gran disgusto. Pero, cuando pensaba todo eso de la palabra devastadora, él hablaba de algo similar en una discusión que terminó, igualmente, en disgusto. (La retórica ante todo).
La verdad es que él me cae mal. Es odioso, poco humilde y perverso. No tiene sentimiento alguno. Me revuelve las entrañas. No todo está perdido en él, pues su cinismo y su forma tan sarcástica y agria de ser, provoca en mí lo que llamo: revolución. Tampoco le debo la devoción a ese estado, pero a pesar de que es una persona que es mi antítesis, me siento reconfortante cuando hablo con él.
Poco usual, incluso surrealista y muy arriesgado. Son los días contados; uno o dos días que nos vemos en todo el año, no importa cuántos días, ese día que lo veo, me siento fuera de toda mi cotidianidad, de mi pensamiento pesimista y toda mi adrenalina está en ese día, sobre esas horas. Puedo atreverme a decir que ese día me siento enamorada de él.
Odio sus ojos absorbentes y su modo de conocer. Odio su petulancia y todas sus palabrerías… es un asqueroso sentimiento de amor-odio. No lo conozcas, no te lo recomiendo. Sí, sí, es fácil encontrarlo. Es un hombre fácil de localizar, allí en un parquecillo, jugueteando con una palabra como de flor, ahuyentando a la humanidad con tan enorme vanidad, seduciendo a los ingenuos. Es más… ¡no das un peso por él!. Pero su seguro lema es, como el antiguo Casanova: “yo no provoco, sucumbo” .
Y yo sucumbo a toda su retórica, me desvanezco cuando él habla con tan fina forma. Es realmente por lo que existe ese amor-odio, por su exacta retórica. Y comienza el odio, quizá por presuntuoso, lo más correcto es por su habilidad. La retórica es como arcilla en sus manos, luego de crear tan hermosas y exactas frases, ¡podría hasta enamorarte!.
A pesar de todo lo qué él es, sigue siendo un joven de grandes y espesas expectativas sobre la vida. Sin embargo, puedo atreverme a decir que él no tiene más vida que pensar que su carrera y sus miles de ocurrencias. Yo, en cambio, tengo que pensar para sobrevivir. Y no dudo que muchos de ustedes, que están leyendo, estén en el mismo estilo que yo: estar preocupados no sólo de la vida de nosotros, si no de la vida en sí. Él, no, es un niño de esos llamados “junior”. (Aunque él lo niegue…)
No importa lo que digas, no tomará muchas cosas en serio. (no importa lo que diga… mejor dicho).
Aún así, le respeto, le quiero y lo odio como es. No le cambiaría nada, me hace reír con las cosas mínimas (creedme, que son cosas tan mínimas que le tiran a lo vano y estúpido), me hace recordar y sentir lo que no es cotidiano, a leer más allá y con cuidado. A una revolución en mí. Es humano, perverso o no, lo es y existe por eso. No cuento los días, ni mucho menos lo busco para hablar. Su llegada es como él: inesperado.




 Constanza M. Vaccai 

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